Sin duda, de los pensadores que se han acercado al archivo, quizá sea Foucault el que mejor entendió y conoció los problemas de la archivística, sobre todo a la hora de definir un archivo: no es una suma, no es una biblioteca, no es un lugar de depósito, pero en sus negaciones también abre caminos que dan cuerpo a los problemas que nos acucian: no es una institución y no puede ser descrito. Abriendo esta praxis a la idea de «metáfora de lo que construye al individuo».
Sin embargo, la parte en que la archivística y Foucault no se encuentran es fundamental: el «archivo como nuestra forma de ser y existir», como a priori para todo, como lugar exterior asumido en forma de cultura marcada por una historia relativista.
Éstas, y muchas otras afirmaciones de Foucault, Derrida, etc., están siendo recogidas por archiveros que tratan de construir una teoría archivística desde el archivo y para el archivo, donde el cuadro de clasificación es el guión para un ocurrir; el archivero, un actor que interpreta un rol; y el documento y el propio archivo, algo que no «es» sino que «ocurre» (Terry Cook).
En todo caso, y siguiendo a Deleuze, ese archivo que ocurre representa la realidad tanto como la construye.
Es un consenso general que la importancia que ha tomado el «archivo» ha contribuido a su protagonismo cultural tanto como a la devaluación de la archivística como una mera herramienta sin pensamiento. Esa coexistencia entre protagonismo y devaluación, imposible en teoría, entre una praxis y un discurso, es la que se pretende salvar para completar nuestro pensamiento sobre las herramientas y conceptos que nos construyen.
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