En los dos últimos años he estado trabajando en una serie de fotografías llamada Homo Verres. En ella, creo una iconografía personal, en la que la sensación de inquietud, misterio y tensión está muy presente. Quiero investigar sobre la naturaleza violenta e instintiva del ser humano, y el concepto de lo siniestro.
El impacto de la imagen se centra principalmente en la quietud de la máscara. La fuerza sugestiva de la máscara como elemento artístico nos transporta a un tiempo prehistórico, regresando a los orígenes de la humanidad, en un prodigioso viaje que nos llevará a un lugar mítico donde, durante algún tiempo, se dieron ciertos modos de vivir que el hombre ha perdido para siempre. Con las máscaras le doy un punto de teatralidad a las acciones que presento. La máscara te envuelve en un juego de identidades aparentemente inocente, infantil, pero este juego choca fuertemente con el sentido de algunas imágenes. Al hacer este guiño a lo infantil, consigo que las imágenes adquieran una sordidez mayor.
Trabajo en el bosque, un lugar que invita al cumplimiento de un rito-performance que ayude a los participantes a situarse en un espacio donde se reconozcan en sus dimensiones y aspiraciones, y donde intenten escapar a la enajenación. Es el bosque quien manda y engulle la esperanza, un escenario siniestro cargado de culpa que proviene del pasado e irrumpe en el presente. Como si en este lugar la parte primitiva de nuestro cerebro cobrará más fuerza.
"Comienza el delirio interpretativo cuando al hombre, inadvertido, lo sorprende un miedo repentino en la selva de los símbolos". André Breton, El amor loco (1937)
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